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María Emilia Tijoux, doctora en sociología y académica de la Universidad de Chile: “Cuando cuestionamos los derechos de un migrante, cuestionamos todo lo que lo hace digno de ser humano»

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Por Maximiliano Sepúlveda Rodríguez / Fotos: Acemedia Comunicaciones

Durante los meses de verano, la crisis migratoria se tomó la pauta con el tránsito ininterrumpido de migrantes en Colchane, las manifestaciones xenofóbicas en Iquique y otras decenas de episodios que parecen haber puesto sobre la mesa lo peor de las pulsiones de odio a la diferencia presentes en nuestra sociedad. Para abordar este tema, conversamos con la destacada académica de la Universidad de Chile.

Profesora, es posible detectar una construcción política de la connotación negativa del migrante desde lo simbólico, asociándolo a antivalores: Ladrón, prostituta, aprovechador, flojo, tonto, ¿Es posible elaborar sobre eso?

Esa construcción negativa de la migración es algo más nueva. En Chile hubo migración en la historia, pero bastante particular. La migración europea que fue invitada por el Estado en el Siglo XIX, principios del XX tenía propósitos políticos y económicos, “mejorar la raza” y poblar los territorios del sur. Y por lo tanto era una migración deseada y planificada y ahí no se hablaba del migrante como algo negativo. Además, se solía mencionar la nacionalidad del migrante cuando se le nombraba, pero jamás de forma peyorativa. Se hablaba del “italiano”, el “español”, el “alemán”.

Hoy vemos una migración generada por la guerra o la violencia, donde las personas buscan refugio porque su vida corre peligro, pero eso se da no solamente en la región, sino que, en todo el mundo. Luego cuando se producen estas migraciones en la región, son gente de la región. Son los cercanos, los vecinos, los que se parecen a nosotros y en general, salvo Brasil y Haití, con una misma lengua. Esa cercanía, que haría suponer un interés por comprender las situaciones que han vivido o el sentirse cercano a un sufrimiento, pero se produce exactamente lo contrario, porque la cercanía en Chile se siente mucho más hacia el extranjero deseado.

Este extranjero deseado incluso tiene un halo romántico, en el sentido de que pareciese ser depositario de cosas que nosotros no tenemos, y eso tiene mucho que ver con la construcción del Estado Nación en Chile. Nos construimos en torno al desarrollo “europeo”, por así decir. Y el problema no es pictórico, sino político. La cuestión de la blancura está muy presente en Chile, y esto está plasmado en varios otros países de Sudamérica. Tendríamos que detenernos a pensar cómo se percibe este cercano al que se quiere lejano (vecino), y al lejano que se quiere cercano (europeo) por que la gente quiere parecerse a un europeo, quiere demostrar que tiene un vínculo o un pariente.

Después está todo el sentido común, que está instalado hace muchísimo tiempo que, si nace un niño, que sea “blanquita” o “blanquito” y se parezca a una lejana tía suiza o algo así. Hay una experiencia de la vida cotidiana que nos dice incluso “es negrito, pero igual lo quiero”.

Y eso parte dentro de la sociedad chilena, ni siquiera en su relación con el exterior. Existen infinidad de separaciones, algunas de ellas las hemos visto de manera muy brutal en los últimos días con la denostación hacia el color de piel, el tipo de pelo, la vestimenta, la forma de hablar. Y tiene que ver con un racismo instalado con nuestros pueblos desde hace mucho tiempo. El deseo de blancura está instalado en nuestra historia.

En entrevistas anteriores, ha afirmado que más que una crisis migratoria, existe una crisis de política migratoria, ¿Se ve un aprovechamiento político de todos los rasgos de racismo y clasismo que permanecen latentes en la sociedad chilena?

El concepto crisis, en sí mismo, va construyendo un sentido común negativo hacia un fenómeno social que es económico y político que tiene otras dimensiones a considerar. Las migraciones están aquí, a nivel mundial, nadie las puede parar. Por más que se instale lo que se instale en la frontera la gente va a seguir ingresando. Esos desplazamientos van a seguir dándose, y las políticas, que nunca son perfectas, ya que como dijimos antes, debe darse una coordinación entre el país desde donde sale la gente y el país donde llegan. La política migratoria no puede hacerse desde un solo país, eso es lo más urgente.

Nunca voy a decir que es fácil hacer una política migratoria. Es necesario revisar exhaustivamente cuáles son las posibilidades de estudio o laborales que hay en el país, entre otros temas, pero lo grave es que muchos de los problemas que teníamos desde antes no se colocan encima a los migrantes. Una política migratoria tiene que considerar tanto los beneficios que pudiese tener para la sociedad chilena como para las personas que huyen, buscan refugio o que, simplemente, por tener el derecho a migrar, pueden cambiar de vida en otro país. Entonces en ese sentido, las personas que han llegado últimamente vienen que un empobrecimiento estructural, con problemas de salud y de pobreza graves, y ahí la gran pregunta ¿Qué hacemos?, ¿Cómo nos colocamos frente a otro ser humano, que es eso, otro ser humano? Nos encontramos con gente a la que se le ha arrebatado la condición de humano. Y eso se traduce en lo más cotidiano, en decir: no sé por qué a ella la ponen primero que a mí, o por qué ese niño lo ponen antes que a mi, primero los chilenos.

Y es aquí donde creo que hay que dar vuelta las cosas, y debemos preguntarnos, ¿Qué es ser chileno?, ¿Es tener una bandera?, ¿Un idioma?, ¿Un acento? Y ¿Qué pasa cuando uso ese acento en otro país y soy maltratado porque hablo mal? Lo que llevo conmigo cuando me voy es mi barrio, la universidad o el colegio donde estudié, mi familia, mis amigos, la plaza donde fui. Y cuando se trata de enfrentar a un migrante, por así decir, esa significación de ser chileno, adquiere otra significación, una de superioridad y, es lamentable decirlo, de raza. Por eso siempre vuelvo a Nicolás Palacios y su libro Raza Chilena, donde nos describe como una mezcla de godos y araucanos, y coloca la figura del roto chileno en un lugar súper importante, guerrero, capaz. Después eso se desarma. Surge una idea de chilenidad muy potente, empujada por los fascismos y todo este mundo de la extrema derecha de orgullo, honor, el corazón palpitando como chileno, obviamente cualquier persona que llegue frente a eso o familia que llegue, sin dinero, sin redes y sin posibilidades de sobrevivir es considerado inferior, o un paria o un desecho. En este plano son muy importantes los discursos de las redes sociales que hablan de aniquilamiento, de quemar gente, etc.

Hay extranjeros deseables y otros no deseables. Hay extranjeros a quienes puedo presentar y llevar a mi casa, etc. Versus que mi hijo se enamore de una chica colombiana o haitiana, y ahí empieza a operar una selección muy fuerte que es histórica, no debemos colocarla necesariamente en esta actualidad. Viene de atrás. Los mapuche han sido maltratados, humillados, denostados, perseguidos y cercados sólo por el hecho de ser mapuche, y no me digan que eso se acabó, lo que ha pasado con Elisa Loncón o con la machi Linconao es un ejemplo de eso. El cómo se denosta a las personas por ingresos o color de piel es impresionante. Entonces si ya se denigra al interior de Chile, cuando llega una persona que no es chilena, que no pertenece a la nación, nunca va a pertenecer a la nación, nadie quiere que pertenezca, es aquella persona a la que tengo que maltratar o explotar, y además todo lo que dice y todo lo que piensa es menos importante o tiene menos valor que lo que yo digo, hago o pienso.

¿Es posible retomar el impulso de reconstruir el anhelo de una nueva vida por parte del migrante o se trabaja para volver?

Quisiera partir pensando en qué pasa cuando la expectativa de regresar es casi nula. Pienso en Chile en los tiempos del exilio. Hubo gente que estuvo en listas de prohibición total y entonces qué pasa cuando la expectativa es nula por motivos políticos. En ese caso me parece que el sufrimiento es muy grande. La imagen de la maleta llena dentro del closet, lista para ser sacada en cualquier momento, aparece bastante. La construcción de la vida en Chile debe partir desde la imposibilidad del regreso. El anhelo de regresar siempre está la posibilidad de construir un lazo con este país, un lazo con Chile que los vaya insertando lentamente. Hay otras personas que creen posible hacer su vida en Chile y buscan lazos, pero hay otros que saben que nunca van a ser aceptados, y viven dos vidas. Está el caso de los niños que cuando están en su casa hablan como hablan sus padres, utilizando conceptos o palabras propias de ellos, pero cuando están en la escuela, cambian para ser aceptados. Eso no es nuevo, y pasa en todas partes del mundo. Los niños crecen en ese doblez.

Y por otro lado están los casos en los que se busca “cerrar la puerta”, y dejar atrás todo lo anterior, lo que es muy duro porque más allá de las circunstancias en las que las personas se hayan venido, tienen una historia, una lengua, un barrio, una abuela, un lugar que no es este. Y en ese tránsito pasan cosas. Hay muchas variables que analizar. La migración no es una sola y todos los migrantes no pueden ser colocados en el mismo paquete.

El racismo y la violencia simbólica tiene grados: Desde el personaje extranjero que aparece en programas de televisión donde se burlan de su acento. La silueta diferente de las mujeres del Caribe. El extranjero que viene a aprovecharse de alguien sin aportar nada, desde ahí hasta el neonazi que quema las pertenencias de una familia parece haber un tránsito bastante rápido.

Las relaciones de “racialización”, “inferiorización” y denostación, operan dentro también de la sociedad chilena. Cuando vivimos en un país donde la mayoría de los trabajadores sufre violencia a diario en sus lugares de trabajo, en los transportes, en los hogares, en los servicios de salud, en las pensiones, etc. Todas estas dificultades materiales que se viven, se tienden a adosar las responsabilidades por lo que el Estado y los gobiernos no pueden resolver a las personas migrantes. Efectivamente el racismo tiene muchas dimensiones, pero esto que se ha dado últimamente. Hoy no hay ningún problema en decir que se es racista y que hay personas que deben ser echadas a una pira, todas cosas que se han dicho. Todo lo anterior tiene que ver cómo se vive en nuestras sociedades, donde la gente no encuentra respuesta a sus problemas, y las respuestas se van a buscar a lo que difunden algunas figuras políticas o medios de comunicación tradicionales: “Tú no tienes esto porque alguien te lo viene a quitar”. Volvemos a eso con mucha violencia.

Además, este fenómeno está definido por la cotidianidad. La migración contemporánea no se compone de colonos europeos en la Patagonia o en lugares donde hay un par de casas en kilómetros a la redonda, está en todas las esquinas, en las calles, en las motos, en las conserjerías, etc.

Es difícil entender cómo se arman las cabezas en estos esquemas de racismo. La misma persona que tiene estos discursos barbáricos respecto a los migrantes, especialmente en redes sociales, luego sale de su casa y saluda al portero o conversa con la persona que hace el aseo, no le va a pegar un palo. Es muy complejo, casi matemático.

Muchos migrantes trabajadores llegan a tener de todos modos la representación de una figura negada. Sólo “es” si sirve, si tiene una utilidad, o me presta un servicio. Y eso es despojarlo de una condición humana que usted y yo tenemos: Hacer las cosas bien, mal, equivocarse. Por ejemplo, a un médico o a una médica migrante se le exige perfección, pero se está dudando permanentemente de sus capacidades. Si tiene pocos hijos, muchos o ninguno, si hace todo perfecto, también es sospechoso ya que está permanentemente en un lugar inferior frente a un chileno que tiene todo bueno, buenos hábitos, buenas costumbres, Etc. Pero insisto en que esa denostación permanente se da dentro de la sociedad chilena. Chile es un país que se construyó mirando a la uniformidad, y todos tenemos que ser iguales en ese sentido y eso, con la desigualdad extrema que se vive en nuestro país, es imposible. Con las diferencias territoriales, con barrios que jamás voy a pisar porque no conozco a nadie ahí y viceversa. Y en ese escenario extremo llegan los migrantes, y ¿Dónde se ubican?, en el escalafón más bajo de la estructura social, en el de la amenaza permanente, porque ser mujer, de color, no hablar el idioma, ser madre soltera, te pone en el peor de los lugares, siendo objeto permanente de castigo, maltrato y sospecha.

Para vivir en Chile hay que “pasar piola”, y dejar de lado el acento, la identidad, uniformarse…

Incluso la llegada de los migrantes a los barrios genera el surgimiento de la necesidad de tener normas. Escuchamos cosas como “Si llegan aquí, tienen que adaptarse a las normas del barrio”, normas que no existían antes de que ellos llegaran. El arribo de quienes son percibidos como diferentes abre un súbito apetito por las normas y reglamentos, por lo que no se debe hacer.

El problema es que cuando ponemos en cuestión los derechos de una persona, estamos poniendo en cuestión todo sobre esa persona: Su cultura, su color de piel, sus costumbres, su historia, todo.

¿Es posible adquirir un aprendizaje integral respecto de este tema?

El problema es cómo desarmar aquello que se ha armado con tanta fuerza. Con las mejores intenciones, todo va a chocar con lo que se ha construido, que ya es sentido común. Se habla por ejemplo de interculturalidad, pero muchas veces no se sabe lo que es interculturalidad y esta propuesta de interculturalidad que busca vivir de forma más amable entre las distintas comunidades que existen en Chile. Hace muchos años hicimos trabajos con jardines infantiles, esto era en la época en la que empezó a llegar población haitiana, y nos encontramos con que las propias educadoras de párvulos, sin ninguna herramienta y sin que nadie se los pidiese, estaban desarrollando formas propias, por así decir, de comprender el Creole. Con objetos u otras cosas, yo dije inmediatamente que había que esquematizarlo, pero como vivimos en un país tan estratificado, el que tiene más artículos indexados siempre es el que sabe más. Hablamos con la tía del quiosco, y era una de las que más conocía a los chicos en su experiencia diaria. Buscar en las personas más cercanas que comparten los espacios más cotidianos. En los campamentos, en las ollas comunes, se genera interculturalidad se da de forma casi espontánea.

*Entrevista publicada en la Edición 10 de la revista Grito


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