Hace algunas semanas, la comandancia en jefe del Ejército de Chile publicó un documento de 120 páginas denominado: “Reflexión sobre las actuaciones del Ejército y sus integrantes en los últimos 50 años y sus efectos en el ethos militar”. El texto, asumimos, busca colocar perspectiva histórica pensando en el futuro de la institución y en la formación de los oficiales castrenses del siglo XXI.
La primera sorpresa llega en las páginas iniciales: El documento se abstiene de analizar la conducta de los miles de efectivos en servicio activo de la institución que conformaron la DINA, la CNI y el Comando Conjunto. La excusa: Las tres organizaciones encargadas de la sistematización del terrorismo de Estado antes mencionadas dependían, por decreto, del Ministerio del Interior, y por lo tanto, para el Ejército las responsabilidades de sus agentes sólo trajeron “vergüenza y deshonor a la institución”, mas no responsabilidad de ningún tipo, excepto una breve frase en la que se tilda de “criminal” el accionar de la DINE y a Sergio Arellano Stark y sus secuaces en Caravana de la Muerte.
Luego, niega la participación institucional del Ejército en la Junta Militar, enfatizando que “algunos mandos” del mismo ejercieron tareas en dicho gobierno, “ya sea en Defensa, Orden Público o cargos políticos”, ampliando el argumento señalando que el Ejército ha sido “arrastrado” hacia la política contingente durante casi un siglo, asumiendo un protagonismo que la institución, en su infinita humildad y voluntad de Servicio, ha asumido como carga.
Más adelante, el texto vuelve a sorprender con un enunciado que, dependiendo de la complexión del lector, pudiese arrancar un grito de furia o helar la sangre, insistiendo en que si el Ejército adoptó la tesis de la “Guerra Interna” a la que habría sido arrastrado por misteriosas fuerzas del universo, se debieron entregar los cuerpos de todos los detenidos desaparecidos, llevando a los miles de asesinados y asesinadas del periodo al exclusivo status de Ejecutados Políticos. El problema surge cuando la reflexión falla en mencionar cuál es la institución del Estado que debió hacerlo. Podríamos inferir, respetuosamente, que la encargada de aquella labor no podían ser otra que la misma que diseñó y ejecutó la maquinaria de exterminio de la dictadura, y que eran precisamente sus filas, infestadas de criminales, asesinos, torturadores, secuestradores y terroristas que incluso perpetraron asesinatos en el extranjero, las que debieron salir al frente y asumir su responsabilidad.
Más adelante, no se duda en recurrir a los extremos del eufemismo y el pretexto para justificar la acción criminal, filosofando respecto que “Cuando militares de alto rango pierden las referencias éticas y se mezclan con activistas políticos fanatizados por causas afirmadas en un patriotismo equivocado, al final será el Ejército el que sufrirá un perjuicio muy difícil de reparar”, es decir, el Ejército forma mandos que pierden la ética como quien pierde las llaves, y lo más relevante no son los miles de asesinados, torturados y desaparecidos, sino la imagen castrense.
Más allá de valorar o no este ejercicio académico, político o de cultura interna, resulta ineludible el hecho de que por más que el Ejército, o cualquier otra rama de las fuerzas armadas y de orden haga ejercicios de este tipo, sin reconocimiento real de culpas históricas -el texto sólo lamenta, repudia y critica enérgicamente conductas de mandos específicos y/o personas específicas, culpando además a la política de arrastrar a una organización impoluta al fango-, y sin voluntad de colaboración verdadera en las casi mil 500 causas por violaciones a los Derechos Humanos cometidas en dictadura que permanecen abiertas, y para las que incluso la Corte Suprema ha abierto una instancia de coordinación especial, no habrá avances ni mejoras. Menos ahora, cuando el largo invierno de la corrupción y el robo comienza a caer sobre los verdes prados de la Escuela Militar y el espléndido pedernal de la Comandancia del Ejército en calle Tupper y sus estacionamientos repletos de autos de lujo.
*Foto: Referencial, internet
*Editorial publicada en la Edición 10 de revista Grito