¿Y si al tirano lo hubiesen matado? Pregunta que ha traspasado las generaciones y cuya materialización hubiese sido un símbolo para el pueblo chileno. La impronta del acto heroico hubiese abierto un camino lleno de posibilidades en reemplazo de la transición, un proceso aún vigente. Imaginar un país desde un joven poblador, un sujeto político popular, que con sus manos mató a Pinochet.
Por Carlos Concha Olivares / Fotos: Ricardo Romero
Ese joven se pudo haber llamado Manolo, un ex combatiente del Movimiento Juvenil Lautaro (MJL), o más conocido como Mapu Lautaro, y ahora es un gasfíter que recorre la ciudad en su bicicleta para ganarse la vida con su oficio. Retirado del combate armado sueña, añora y desahoga sentimientos desde lo más profundo de sus entrañas, todo para desafiar la historia.
La obra de teatro “Yo maté a Pinochet” es un monólogo delirante en que Manolo, de 48 años, nos cuenta que él mató al General Augusto Pinochet, pero producto de una conspiración de los poderes nacionales e internacionales la historia oficial cuenta otra cosa; porque para el establishment era más cómodo que el tirano siguiera vivo.
Al mismo tiempo que el ex Lautaro nos relata cómo mató a Pinochet, nos lleva de vuelta a la Población La Victoria, narra sus días de niñez y juventud en el barrio, de lo hermoso que podía ser sobrellevar la necesidad a través de la solidaridad de clase; alrededor de una olla común y de la lucha callejera. Enalteciendo la violencia, naturalizándola, en una época donde el terrorismo de Estado asechaba, jóvenes pobladores se unían alrededor de una fogata para enfrentar a los “chanchos” y defender su territorio, su libertad, la autodeterminación, el derecho a soñar.
Creciendo entre piedras y balas, descansaba en algunos bares clandestinos y disfrutaba con su guitarra. Sus motivos para hacer suya la lucha armada pasaron primero por las barricadas y las ollas comunes y, luego, por las recuperaciones y el primer amor. Suenan de fondo Roberto Parra, Silvio Rodríguez y retumba el legado del cura obrero Pierre Dubois. Vivir sin un móvil no tiene sentido. Romántico y rebelde cuando la rabia te elige para ser uno más de este eslabón, y para negarse a ser un reformista de una democracia “cartucha”, irrelevante e inconsecuente.
Las convicciones como un cuerpo intransable y humilde que logra reescribir la historia, nuestra propia historia, y matar de manera gloriosa a Pinochet. O tal vez no.
“Yo maté a Pinochet” es la primera obra de la trilogía propuesta por la compañía de Teatro Los Barbudos “Justicia, Utopía y Militancia”, le siguen “El país sin duelo” y el “Hombre que devoraba a las palomas”. En “Yo maté a Pinochet” la dirección, dramaturgia y actuación es de Cristian Flores Rebolledo.
En un monologo de una hora y cuarto, Cristian reta nuestra memoria rebelde y lo hace pasando por diferentes etapas anímicas que nos angustian a momentos, pero nos confronta de frente, con esa seguridad que solo los ideales le dan al carácter. Solo necesita de su bicicleta y de una vieja radio a pilas para levantar nuestra atención. Una puesta en escena justa, lúgubre a momentos, como lo es la historia no oficial, la que hay que esconder, la que incomoda, la que resiste.
La actuación es auténtica, el personaje romántico rebelde revive su propio legado, arma un fotomontaje intelectual, cuenta historias, acusa, apunta e instala la nostalgia de su militancia. Le sienta bien el sujeto político popular. Un traje a la medida para hacer Justicia.
El título de la obra lo dice todo y filtra la audiencia por si solo. Fue presentada en el Teatro el Puente, en el marco del XI Festival Internacional Santiago Off, y en el Teatro Municipal de Punta Arenas, por el Festival Cielos del Infinito.
Ficha técnica:
“Yo maté a Pinochet”
Compañía de Teatro Los Barbudos
Dirección, dramaturgia y actuación: Cristian Flores Rebolledo
- Publicado en la Edición 09 de revista Grito (Enero 2022)