[et_pb_section][et_pb_row][et_pb_column type=»4_4″][et_pb_text]
El pasado 27 de diciembre, Roberto Garretón Merino murió a los 80 años. La noticia de su partida golpeó transversalmente el mundo de los Derechos Humanos. Luchador emblemático, entusiasta y persistente. Su huella imborrable quedará del lado de los Justos.
Por Maximiliano Sepúlveda R.
Un letrero
En 1973, Roberto Garretón Merino trabajaba en la Caja de Empleados Particulares, además de su labor en la Empresa Metropolitana de Obras Sanitarias, EMOS, compañía pública a cargo del servicio de agua potable en la Región Metropolitana, privatizada durante los primeros años de la Transición. Militante democratacristiano “de línea”, como lo describe su hija, Magdalena, votó por Radomiro Tomic y era opositor a la UP.
Tras el triunfo de Salvador Allende, Garretón es destinado a las dependencias que EMOS tenía cerca de su planta de abastecimiento en el Cajón del Maipo: “Fue destinado a una oficina alejada. Aislado, y sin tener ninguna relación con el gobierno”, nos relata su hija.
El martes 11 de septiembre de ese año, se produce el golpe de Estado. Gran parte del país se entera de la muerte del presidente Allende por los diarios del día siguiente. La noticia de la inmolación del mandatario enardece a un Garretón cuyo entorno aún se debate entre reír o llorar por el fin de la Unidad Popular: “Mi padre se horroriza con la noticia del golpe. Se da cuenta del horror que viene e inmediatamente nos dice que esto va para largo, unos 15 o 20 años. Mi mamá no sabía si estar contenta o no y el rápidamente nos dijo, esto es el horror, no saldremos nunca de esto”, agrega Magdalena Garretón.
El abogado de Derechos Humanos Nelson Caucoto, quien por ese entonces llegaba a Santiago recién egresado de derecho desde Concepción, señala que “Roberto había quedado muy violentado por la muerte del presidente Allende. Me contó que se hizo allendista el día que murió Allende”.
Por esos días funestos, Roberto Garretón se encuentra en la calle con otro connotado defensor de Derechos Humanos, Andrés Aylwin, quien le dice que hacen falta abogados para alegar en consejos de guerra en defensa de los centenares de partidarios de la UP que habían sido detenidos en los primeros días de la dictadura. Juntos, ven un letrero pegado en la puerta de la Corte de Apelaciones de Santiago: “Se necesitan abogados para alegar en consejos de guerra. Dirigirse a calle Agustinas…”
Al llegar a la dirección, se encontrarían con la oficina de otro emblemático defensor de perseguidos, tristemente no reconocido a la altura de su rol, Fernando Guarello Zegers. El abogado Guarello, padre del periodista y comentarista deportivo Juan Cristóbal Guarello, había sido quien pegó el cartel en la puerta de la Corte. A relato de su hijo, sólo dos abogados acudieron al llamado: Garretón y Aylwin.
Con eso bastó. Ahí empezó todo.
Roberto Garretón se integra de inmediato. Caucoto narra: “Ir a un Consejo de Guerra era ir a meterse a un regimiento, no era en un gran salón. Roberto era una estrella para alegar en las cortes. Yo me fui a meter a varios alegatos y aprendí mucho de él. Muy elocuente, capaz de convencer a cualquiera. Roberto amaba su tarea y eso iba convenciendo a los demás”.
Garretón participa desde el día uno en el primer esfuerzo impulsado para defender a los perseguidos: El Comité Pro Paz. Según cuenta su hija Magdalena. “Andrés Aylwin le dice Roberto, no tenemos abogados, los de derecha están felices y los de izquierda están escondidos o asustados. En la DC había quienes estaban por defender a quienes estaban siendo detenidos en forma arbitraria, como Aylwin, y quienes estaban esperando a ver qué señales daba la Junta Militar. Mi padre se sumó enseguida. En el primer Consejo de Guerra, defendió a unas 90 personas, aproximadamente, sin conocer a ninguno de ellos. Había abogados que preguntaban militancia, pero mi papá siempre decía que ellos estaban ahí para defender a aquellas personas que habían sido detenidas injustamente, no nos importa su militancia. Siempre lo sostuvo: La Vicaría no defiende terroristas, defiende personas que habían sido detenidas en condiciones arbitrarias o de abuso”. Al respecto, Nelson Caucoto agrega: “Habiendo sido opositor a la UP, tiene que defender a gente del MIR, de todos los partidos de la UP. Lo hacía con tanto cariño y entusiasmo y voluntad que creo que ése es otro de sus legados: Hay que dejar de lado las trincheras políticas y preocuparte del ser humano, del prójimo que está sufriendo”.
“Evidentemente, no podré romper el muro de piedra con la cabeza, ya que mis fuerzas no bastan para ello; pero me niego a reconciliarme con su existencia sólo porque sea un muro de piedra y yo no tenga suficientes fuerzas para derribarlo”. Fiodor Dostoyevski, Memorias del subsuelo.
Se alegaba en el Consejo de Guerra, se presentaba el recurso de amparo, si se rechazaba, se presentaba una denuncia por presunta desgracia, se enviaba una carta al ministro del Interior, etc. Era un trabajo lleno de portazos en la cara, pero el verbo mayor era insistir.
El siguiente episodio es conocido: Más allá de algún más que valorable arresto de voluntad individual, el trabajo del Comité Pro Paz se convierte en el único dique ante la acción desatada del terrorismo de Estado. Son los años dorados de la DINA y el coraje de los abogados colma la paciencia de los militares. En noviembre de 1975, Pinochet le escribe una carta al cardenal Raúl Silva Henríquez exigiéndole el fin del Comité. Silva, responde en su estilo: cierra el Comité el 31 de diciembre de 1975, y abre la Vicaría de la Solidaridad el 1 de enero de 1976, instalando a todo el equipo en dependencias del palacio arzobispal, a un costado de la Catedral. En el centro del poder de la iglesia, en plena Plaza de Armas de Santiago y en las narices del tirano.
Una carpeta, una persona
Los archivos de la Vicaría de la Solidaridad, son patrimonio de la de la humanidad de la UNESCO desde 2003. Entre las muchas razones que justifican plenamente este alto nombramiento, hay una muy sencilla: La historia del horror de la dictadura se escribió, a mano, en la Vicaría de la Solidaridad.
La documentalista María Paz Vergara, secretaria ejecutiva de la Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, nos relata: “El primer objeto del archivo era encontrar al detenido con vida, y la primera atención que se le hacía a las víctimas era abrirles una carpeta con todos los antecedentes: Dónde ocurrieron los hechos, qué pasó, cómo, hay más familiares afectados que no hayan sido atendidos, etc. Y algo muy importante que siempre le escuché a Roberto: Tener siempre el respaldo documental de lo que se estaba haciendo, ya que era tanta la campaña que había contra el Comité Pro Paz y después contra la Vicaría por parte de la dictadura, que no se podían caer en ningún caso, ya que era la oportunidad que esperaba la dictadura para desacreditar todo el trabajo que se estaba haciendo. Todo estaba absolutamente respaldado y ya se veía que en el futuro esta documentación iba a tener valor como registro histórico”.
Por esos años, a no dudarlo, la campaña del régimen contra el trabajo de la Vicaría se daba en todos los frentes: “Cuando ocurre Lonquén, y se destapa la realidad de los detenidos desparecidos en Chile, Sergio Diez, embajador de la dictadura en la ONU, asegura en Nueva York que la persona no existe, entonces le pedimos a los familiares que fueran al registro civil para sacar un certificado de nacimiento, concentración de notas escolares, etc”.
“A partir de eso se crean las fichas antropomórficas: características físicas de los detenidos: Peso, estatura, color de pelo, vestimenta, operaciones, placas dentales, fracturas. En ese tiempo las personas no compraban la ropa en multitiendas, se mandaba a hacer, así que los familiares aportaban trozos de género de la ropa que llevaba la persona al momento de ser detenida, cosa que si se encontraban osamentas se pudieran identificar la vestimenta”, agrega María Paz Vergara.
El contacto directo con los familiares de las víctimas, era realizado por un grupo de asistentes sociales. Eran ellas quienes los acompañaban al Servicio Médico Legal cuando había que reconocer algún cuerpo, entregar una carta o entrar a una comisaría. En palabras de Magdalena Garretón: “La entrada a la Vicaría, por el pasillo de piedra que antecedía al altillo donde funcionaban las oficinas ya era una experiencia dramática. Todos los días llegaban decenas de personas, 99% mujeres, a preguntar si se sabía algo de sus familiares. Era una escena muy conmovedora. El ambiente que había en la Vicaría era de mucho compañerismo, pero también había mucha tensión. Todos quienes estaban ahí tenían a riesgo su vida”.
Para María Paz Vergara, el enorme celo y apego al orden que Roberto Garretón y otros abogados como Zalaquett o Varela imprimían al trabajo de la Vicaría, permitía enfrentar de forma metódica al aparato de exterminio de la dictadura, donde nada quedaba al azar y todo era fríamente calculado: “Uno de los objetivos del trabajo de la Vicaría era dar cuenta de que la acción del Estado en dictadura era metódica y sistemática, con el objetivo de exterminar. En un momento atacan al Partido Socialista, luego al MIR, luego en 1976 asesinan a los comités centrales del PC. Era absolutamente planificado. El archivo da cuenta de la historia de las víctimas, del rol de la Iglesia y de como se va comportando y perfeccionando la represión”.
Nelson Caucoto recuerda: “Llegué a la Vicaría el día de su apertura en enero de 1976. Yo era un egresado de derecho, había llegado de Concepción a hacer mi práctica en Santiago y me interesaba trabajar en el Comité, pero no pude acceder. Una amiga me dijo que el Comité cerraría, pero se abriría una nueva institución que sería la Vicaría. Me dio la hora y el lugar y me fui a meter ahí. Mi amiga era asistente social y me presentó a Fabiola Letelier. Yo ya sabía de los referentes que estaban trabajando en el Comité y ahora en la Vicaría, como José Zalaquett y Roberto Garretón. Comencé a hacer trabajo de procuraduría reemplazando a los que salían de vacaciones”.
“Lo más admirable de ese tiempo es cómo estas personas, que nunca habían estudiado Derechos Humanos realizaron esta labor inmensa de atender a todas aquellas personas que habían sufrido estos vejámenes. Lo hicieron con mucho corazón y humanidad, pero no había ningún libro, ningún compendio de cómo enfrentar a una dictadura tan brutal como la de Pinochet”.
Al igual que todos sus cercanos, Nelson Caucoto recuerda a Roberto Garretón como un apasionado de sus labores: “Plantearle un tema a Roberto implicaba atrapar inmediatamente su atención. Decía qué hacemos, cómo seguimos, qué recurso presentamos, etc. Era hiperkinético y eso sirve para combatir el desanimo o la derrota. Nosotros trabajábamos con saldo negativo en términos de números. En los primeros tiempos de la Vicaría todos o casi todos los recursos rechazados, ninguna causa criminal exitosa, ningún avance sustancial. Nunca encontramos a un desaparecido, nunca condenamos a nadie. Después lo tiempos cambiaron y la cosa fue diferente. La gran obra de Roberto fue mantener a todos motivados en una tarea que quizás no daba frutos en el momento, pero en la que al final de cuentas estábamos en lo cierto y en lo justo”.
Como toda organización de resistencia, la Vicaría no estaba exenta del riesgo de la filtración de información sensible que pudiese poner en riesgo la vida de una persona, o de algún agente infiltrado. Sin embargo, esto nunca ocurrió, según Magdalena Garretón, Nelson Caucoto y María Paz Vergara, las asistentes sociales de la institución constituían un muro infranqueable “Los sapos que llegaban eran muy burdos, y la verdad es que nunca lograron pasar por el filtro de las asistentes sociales que trabajaban en la Vicaría. En el momento en el que empezaban a preguntar se dilucidaba rápidamente la incógnita, por así decir”, indica su hija Magdalena.
Por su parte, María Paz Vergara recuerda entre risas un episodio que también aparece relatado en el documental “Habeas Corpus” de 2015, disponible en la plataforma gratuita Ondamedia: “Los funcionarios formaron un grupo folclórico, quizás como una forma de abstraerse por algunos instantes del horror que los rodeaba. Tenían clases de baile y en eso llegó una persona para ser el profesor y conductor del grupo folclórico. Un día, bailando, se le cayó la billetera con la TIFA (Tarjeta de Identificación de las Fuerzas Armadas) y la encontró la señora que hacía el aseo. Al día siguiente le preguntamos si se le había perdido algo, nos dijo que no y le entregamos la billetera con la TIFA adentro. La tomó, dio dos pasos hacia atrás y se fue sin decir palabra. Nunca más supimos de él”.
El enemigo Nº1 de Zaire
La Vicaría de la Solidaridad cierra en 1992, en pleno gobierno de Patricio Aylwin. Luego de esto el gobierno de Transición ofrece a Roberto Garretón, que ya había participado en numerosas misiones como observador y formador en Derechos Humanos en el extranjero, el cargo de representante de Chile ante los organismos internacionales de Derechos Humanos.
Según recuerda Magdalena: “Cuando asume Aylwin es nombrado embajador ante los organismos internacionales de Derechos Humanos. No tenía una embajada con sede específica, pero representaba a Chile en una especie de cargo diplomático. Pasaba la mayor parte del tiempo en Ginebra o Estados Unidos. Renunció al gobierno cuando la comunidad internacional repudió con mucha fuerza la represión del gobierno chino, especialmente lo acontecido en la Plaza de Tiananmen. Chile había estado haciendo un trabajo sostenido de reinserción internacional, y además el pueblo de Chile había recibido toda la solidaridad internacional de países y organizaciones de Derechos Humanos durante los 17 años de dictadura. En ese momento llegó la orden desde Cancillería, de que respecto a China mi padre debía abstenerse en la votación a favor o en contra de la censura al gobierno chino. Entonces viaja a Santiago, se entrevista con don Patricio y le dice presidente, nosotros no podemos abstenernos en esto, primero porque lo que está ocurriendo en China es brutal y además porque nosotros estamos en un concierto de naciones en donde nosotros recibimos mucho apoyo y solidaridad durante la dictadura, no podemos adoptar una posición de abstención. Aylwin le dice que se está preparando un viaje con una delegación de 20 o más empresarios para gestionar una apertura económica que es beneficiosa para el país, y China ha puesto como condición que no se le golpee con el tema de los Derechos Humanos. Ahí mi padre renunció a su puesto. Aylwin lo entendió, pero no cambió el voto, lo que fue una vergüenza. Mi padre decía que China igual iba a hacer negocios con Chile pero que esta postura de sumisión ante los negocios que se venían era brutal y se fue”.
Más adelante, ya en Naciones Unidas, Roberto Garretón es testigo privilegiado de las atrocidades cometidas por los regímenes de terror en África, especialmente en Zaire y el Congo. Magdalena Garretón también rememora aquellos años: “Dirigió misiones diplomáticas en Zaire y luego en la que se denomina República Democrática del Congo, una vez que Laurent Désire-Kabila reemplaza a Mobutu Sese Seko. El nivel de atrocidades que Roberto vio en ese país era inimaginable y brutal comparado con lo que vio en otros lados. Le tocó inspeccionar fosas comunes con más de 200 cuerpos. El horror máximo. Él siempre en sus misiones se reunía con todo el mundo. Es muy recordado por tratar a todos con la misma dignidad y respeto”.
“Un día nos trajo un diario y en la portada con su foto decía: Garretón, el enemigo número 1 de Zaire. Luego de eso, se retrasó su vuelo de regreso a Chile. En esos tiempos no había celulares y no sabíamos qué pasaba. Yo estaba en Pudahuel esperándolo y no venía en el avión. Estábamos muertos de susto porque pensábamos que lo podían haber matado. Teníamos mucho susto cuando viajaba porque tomaba estos aviones a hélice con cero mantenciones. Y además sabíamos que el dictador se deshacía de sus opositores derribando los aviones”.
Ya avanzada la Transición, Roberto Garretón continúa trabajando con nervio incansable. Tras la detención de Pinochet en Londres, viaja a Europa en numerosas ocasiones para trabajar junto a Joan Garcés en la preparación del juicio contra el tirano. Ya entrados los 2000, es gestor anónimo de la campaña “Marca tu voto”, sumergiéndose de lleno en el debate por el cambio constitucional.
El legado de don Roberto en materia de Derechos Humanos es aún difícil de cuantificar. Cuando es postulado al premio nacional de derechos Humanos, en 2020, se solicitan alrededor de 100 cartas de apoyo para apoyar su candidatura. Llegan más de mil.
Magdalena Garretón cierra su testimonio dando cuenta de lo que era la convicción de su padre: “Los derechos humanos no tienen color político y las violaciones a los Derechos Humanos sólo las puede cometer aquel ente al que el pueblo le ha delegado el defenderlos, es decir, el Estado. Y eso no está muy claro hoy en día. Cuando se trata cualquier acto de violencia o de terrorismo como una violación a los Derechos Humanos se le hace un mal a la causa. Hay que ser muy riguroso. Se enojaba mucho cuando se relativizaba el tema”.
“Además, no son de derecha ni de izquierda. Si la dictadura no hubiese sido de derecha probablemente la actuación de mi padre hubiese sido la misma, es decir, defender a quienes no pueden defenderse o son objeto de arbitrariedades o desapariciones forzosas”.
En el libro “Eichmann en Jerusalén”, Hannah Arendt dice que “En un régimen como el nazi, sólo las personas extraordinarias podían reaccionar normalmente, el resto suele internalizar en silencio el orden que le rodea, por muy perverso que fuere”. El abogado Garretón enfrentó, como tantos otros y otras, a la maquinaria del exterminio con la única arma posible: La sublimación de las herramientas del hombre común; la moral, el sentido del deber, la pasión, la responsabilidad, el método, el orden, la rigurosidad, la voluntad y un compromiso inquebrantable con el afligido, con el flagelado y con el perseguido.
En el horror, lo ordinario debe volverse extraordinario, y eso no es para cualquiera.
Era un trabajo para Roberto.
- Publicado en la Edición 09 de revista Grito (Enero 2022)
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]