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Música/ Patricio Manns: el cantor en la niebla

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Música/ Patricio Manns: el cantor en la niebla

Por: Rodrigo Burgos C.

“Cuando la poesía abandonó los lindes -bellos, pero estrechos al fin- del corazón humano y salió a bucear la vida en toda su dimensión; cuando metió los dedos en el trabajo, en el garito, en la cárcel, en los hospitales, en los vicios, en los fusiles, en la guerra sin nombre y sin causa, para nadie fue un misterio que la poesía comenzaba a ensanchar cada vez más sus horizontes. Pero ocurre que cuando ese mismo proceso alcanza a nuestra canción (y la canción también es poseída) un pequeño sector, frustrado y oscuro, aboga para que ella permanezca en el ciego metro de tierra que ocupaba sin usar -a diferencia de los pájaros- las alas que su propia naturaleza le concede. (Y la canción también debe ser pájaro)”.

En 1966, Patricio Manns publicaba en la revista Ritmo un artículo llamado Primer Manifiesto de la Nueva Canción. Hacía pocos meses que Manns había triturado los moldes de la historia de la música popular chilena por primera vez. Con ocho mil copias vendidas, Arriba en la Cordillera, su primer sencillo, el músico había hecho los cambios necesarios en el exitoso pero melifluo neofolclore para dar vía libre a la aparición de la Nueva Canción Chilena. La historia es más o menos como sigue: Patricio Manns ya frecuentaba la Peña de los Parra y, no obstante, las pocas canciones que había compuesto hasta entonces, Camilo Fernández lo invita a ser parte de Demon, su sello discográfico, instándolo a traer algo más potente, un sencillo. En apenas una noche, Manns dio forma a la que para muchos es la canción chilena más importante del siglo XX.

Nacido en Nacimiento, Región del Biobío, en 1937, Manns se crió en una familia de músicos aficionados. Su madre, profesora de la Escuela Normal de Angol, dirigía el coro del establecimiento junto con tocar el piano. Su padre, en tanto, también tocaba el piano con una cercanía especial al jazz. En la casa de los Manns había dos pianos: en uno, la madre interpretaba a Chopin; en el siguiente, el padre se refocilaba en el jazz. No había luz eléctrica, así que los cinco hermanos pasaron muchas veladas entre ambos pianistas, aprendiendo movimientos e internalizando de aguda forma armonías y acordes.

Patricio Manns dejó el colegio en lo que entonces se llamaba sexto de preparatoria, equivalente al sexto año de educación primaria actual. Su persistente mala conducta en el aula derivó en su expulsión de colegios ubicados en Traiguén y Angol. Nunca pudo superar el primer año de Humanidades. No obstante, su pasión artística floreció muy temprano; a los ocho años escribía sus primeros poemas. Poco después, de manera casi completamente autodidacta, comenzó a tocar guitarra, instrumento con el cual interpretaba principalmente zambas y gatos argentinos aprendidos de su padre. Eran los tiempos en que la familia se había trasladado a Chiloé, lugar donde la disponibilidad de luz eléctrica les permitió sintonizar las radios argentina que se ubicaban a apenas 300 kilómetros de distancia.

La adolescencia de Patricio Manns transcurrió en Chiloé con el impulso del folclore latinoamericano.

Armando constantemente agrupaciones, logró afianzar un repertorio y una erudición en la canción continental que dejaría pátina en su obra, vasta y rica en arreglos de referencias múltiple.

A los 17 años, sobreviene el cambio. Tiene un hijo, se casa, deja su hogar y se hace al camino. Aquí comienza la iniciación que haría de Patricio Manns, a fin de cuentas, un artista de un vitalismo único. A los veinte años llega a Lota, específicamente al Chiflón del Diablo. De esta experiencia, años más tarde, nacería «En Lota la noche es brava». Entremedio, Manns viaja a Concepción donde traba amistad con Arturo Molina, director del coro filarmónico de la Universidad homónima. Allí conoció a la agrupación vocal Los Andinos, a quienes les mostró una primera versión de «Bandido», canción que después de varios giros y precisiones, calzaría en el primer álbum de Manns, De mar a cordillera, publicado en 1966. Considerada oficialmente como su primera canción, «Bandido» fue presentada en las voces de Los Andinos en el Festival de Cosquín, ilustrísimo evento folclórico argentino. El resultado: un sorpresivo primer lugar en la competencia. Sin embargo, este impensado éxito no alteraba los planes de Manns entonces; la música no copaba sus principales pulsiones. Por el contrario, en cierta similitud a artistas como Leonard Cohen, fue la literatura su gran afición. Ella y el periodismo. Desde 1961, Patricio Manns se desempeña como reportero en la radio Simón Bolívar y los periódicos La Patria y Tribuna, donde debió cubrir el fusilamiento de Jorge del Carmen Valenzuela, más conocido como el chacal de Nahueltoro.

Alrededor de 1963, Manns ya está en Santiago. Traba amistad con Alfonso Alcalde y Mario Gómez López. Trabaja en Radio Balmaceda y, poco después, se integra al equipo de prensa de la tercera aventura presidencial de Salvador Allende. Por aquella época, la música vuelve a asediarlo; conoce a la banda argentina Los Trovadores del Norte, quienes vuelven a grabar «Bandido» y, además, la canción antibelicista «La Tregua», la cual estuvo en el primer lugar de las radioemisoras argentinas por seis meses.

Manns componía, pero rara vez tocaba en vivo. Tiempo después diría que la música era, antes que todo, una forma de ganarse la vida para permitirle hacer lo que realmente le gustaba: escribir novelas y poesía.

Ya entonces, ubicado en Canal 9 -actual Chilevisión- encargado de recibir las noticias cablegráficas, Manns conoce a Luis Chino Urquidi, emblemático compositor y productor chileno. Un día de tantos, Urquidi llega a visitar a Manns junto a Isabel Parra, quien había regresado recientemente de Francia. Ella ya había escuchado un par de canciones del autor de «Bandido». Días después, Manns llega a la Peña de los Parra, ubicada en Carmen 340, a conversar con Ángel, el hermano mayor de Isabel, el hijo de Violeta. Nos acercamos al Big Bang de la Nueva Canción Chilena. Ángel Parra propone que él, su hermana, Patricio y Rolando Alarcón animen una velada en la Peña. Por aquel entonces, Manns solo había compuesto seis canciones, así que no era raro que terminara las veladas recurriendo a una que otra zamba argentina. Ahí entra en la historia el productor Camilo Fernández, quien ya había reclutado para Demon a Rolando Alarcón y a los hermanos Parra. Entusiasmado por Fernández, Manns le muestra en su oficina alguna de sus canciones. El productor, sin embargo, no queda conforme, esperaba más.

“Entonces, en un súbito ataque de irresponsabilidad, le dije ‘mira viejo, dame esta noche. Yo mañana al mediodía te traigo una canción nueva´. La verdad no sabía qué hacer. Claro, yo estaba escribiendo, había adquirido técnica de composición y sabía más o menos cómo me estaban saliendo las canciones. Pero apostar a una canción nueva todavía no escrita, era difícil. Me fui a mi departamento con una chuica de vino, varios paquetes de cigarrillos y me encerré. Con llave para que no entrara nadie.

Empecé a pensar en un tema, un texto, que hacía rato me daba vueltas y salió la cordillera. Esa noche salió, eso debe haber sido a fines de abril de 1965. Trabajé en la canción horas de horas, la grabé, la corregí. La recorregí al día siguiente. No dormí en toda la noche y al día siguiente me presenté en la oficina de Camilo y le dije:

Aquí está la canción.

La escuchó y casi se murió.

Me dijo: ‘¡Puta madre! ¿Y esto de dónde salió?´». (1)

Así nace «Arriba en la cordillera». Algunas horas más tarde, Patricio Manns estaba en el estudio junto a Luis Urquidi y dos integrantes de Las Cuatro Brujas. La historia está a sus pies.

Ya es bastante sabido que la historia que inspira «Arriba en la cordillera» proviene de un viaje de Manns a Antuco, escapando de la justicia después de haber quemado un aserradero. En plena montaña se encuentra a un grupo de arrieros, figuras extrañas, antiguas y solitarias que movían ganado de un lado al otro de la cordillera a través del feroz paso de Atacalco. Allí, se cuenta la historia de ese arriero chileno muerto por la policía argentina por robar ganado.

En Chile, hasta entonces, la música folclórica o de raíz no escapaba de los confines de la cueca o la tonada. Más aún, su lírica intentaba mostrar una versión armoniosa del campo, donde los latifundistas convivían en rica sinergia con el inquilinaje. «La Carta», canción publicada por Violeta Parra en 1963, era hasta esa fecha una muestra aislada en que la pluma se hacía cargo de las auténticas convulsiones sociales imperantes.

Manns continúa en esa senda: su música, desde el señero gesto de «Arriba en la cordillera», pone su acento en ladrones y forajidos, en campesinos y obreros. En una vida dura demasiado a menudo ignorada por el conservadurismo de lo que hasta entonces era la música popular chilena.

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  • En busca de la música chilena. Editorial Catalonia, 2005.

Pero no todo es un asunto de lirismo o calado poético; Manns también enfrenta su música desde una riqueza distinta. Sin ir más lejos, «Arriba en la cordillera» está escrita en clave de huapango, un ritmo mexicano. Así, la música del trovador escapa de la cerrazón de la tonada y cueca del valle central, dando paso a numerosas subordinaciones estilísticas. Asimismo, su música integró patrones distintos, afines al modalismo, por ejemplo; sinuosidades y cascadas melódicas inéditas para la música folclórica que entones se componía y grababa en Chile.

Manns se convertía en tal vez el músico más famoso de su generación. Su conocimiento de los medios de comunicación le permite además escribir de forma periódica en revistas, profundizando en este ideario de una Nueva Canción que tenga valentía e intrepidez.

Después de su primer álbum, «Entre mar y cordillera», publicado en 1966, Manns acomete una de sus obras más ambiciosas: «Sueño americano». Arropado en el conjunto Voces Andinas, Manns utiliza la matriz del Canto General nerudiano para explorar a través de una cantata la historia de América Latina, su constante búsqueda de liberación ante las diversas olas colonialistas. El hito impulsor del disco es la noticia de la invasión de República Dominicana por parte del ejército estadounidense. Publicado en 1967, «Sueño Americano» se suma a la arremetida global de los discos conceptuales.

Durante el resto de la década, Manns continúa publicando y reconstruyendo una imaginería nacional melancólica y gótica, tierna y feroz al mismo tiempo. A principios de la década siguiente, Manns avanza con una de sus obras mayores; el disco homónimo de 1971. Con arreglos a cargo del maestro Luis Advis, el álbum alberga a Inti Illimani, los Blops y la orquesta filarmónica de Santiago. Es un disco fascinante, de junturas inéditas, donde la psicodelia eléctrica de los Blops da paso al talente docto y las amplias aguas del cancionero latinoamericano.

Lamentablemente, y como ocurre con una gran parte de la obra del cantor nacido en Nacimiento, es un disco que no posee reediciones bajo ningún formato. Es también el álbum de una de las canciones más extraordinarias en la trayectoria de Manns: «Valdivia en la niebla».

“Valdivia entera se duerme en un dulce sueño espeso.

Hacia Las Animas zumban sordos los aserradores.

Dos amantes se reparten puente y rio con los dedos

Y un guardia oscuro vigila los avatares del viento Y abajo, en Corral, la noche del mar ahoga un lamento

Y en su corazón salino

Flotan marinos y muertos”.

El Golpe de Estado de 1973 obligaría a Manns, primero, a refugiarse en casas de cercanos hasta hallar la forma segura de salir del país. Le esperarían Cuba, Francia e Italia. La desazón y la resistencia. Serían los años del surgimiento de una de las sociedades compositivas más importantes en la historia de la música popular chilena: Patricio Manns y Horacio Salinas, de Inti Illimani. Exuberantes canciones de añoranza y orgullo, de defensa de un ideario político implacable. Desde luego, este solo tramo histórico -casi como cualquier periodo biográfico y artístico de Manns- amerita decenas y quizá cientos de páginas de referencia y análisis. Sin embargo, esta crónica ha buscado sentar con especial humildad los espacios que hicieron de Patricio Manns el indispensable pábulo musical que seguirá siendo ad eternum.

“Salvador Allende iba a la peña con frecuencia. A veces llegaba con una mina y se sentaba en un rincón por ahí, medio oscuro y pedía que le sacaran las velas. En la Peña se servía solamente vino y anticuchos de corazón, medios durones. El Chicho se quedaba ahí a veces hasta que todo el público se iba. Entonces nos acercábamos a él con nuestros vasos y él tenía su botellón, por supuesto. Le decían “presidente” por joderlo un poco. Él contestaba ‘Soy Salvador nomás’. Y de repente me decía ‘A ver, Manns, cántame En Lota la noche es brava…” (2)

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  • En busca de la música chilena. Editorial Catalonia, 2005.

✍ Por el periodista @arnold_layne1979
? Archivo personal de Patricio Manns


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