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Los rezagos del 18 de octubre y los habitantes del No Lugar

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Texto e infografías: Amory Díaz Sánchez / Foto: María Jesús Pueller (Plaza de la Dignidad 18/10/2022)

Como si de una epifanía se tratara, la editorial publicada en la edición N°13 de la revista Grito exponía el hecho objetivo de que el Estallido Social no se mencionó en el preámbulo de la hoy rechazada propuesta de Constitución Política. El excluirlo como origen del proceso nos invitaba a reflexionar sobre el peligro abismal que implica -una vez más- la apropiación política partidista del proceso, y nos confronta a que sus causas continúen latiendo en cada acción emancipatoria venidera.

Este tercer aniversario de la revuelta popular nos ofreció la posibilidad de aferrarnos, a más que una conmemoración en el calendario de movilizaciones, a que la fuerza visceral del Estallido Social siguiera habitando en el No Lugar de la historia oficial, para escabullirse en cada fractura e intersticio posible.

Pero, lo único cierto, es que hoy la clase política es la que está a cargo del nuevo proceso constitucional y con ello, pretenden que las causas del estallido se desvanezcan lentamente entre las calles que sintieron el paso firme del llamado 18-O, pasos que fueron reprimidos por la barbarie institucional, tanto la que viste uniforme como la que luce falda y corbata; y la que demostró estar vigente en este 18 de octubre.

La epifanía se hace carne y se devela nuevamente. El No Lugar es el espacio donde históricamente han habitado las minorías, las memorias populares y los colectivos que han sido marginados. Mujeres, disidencias, pueblos precarizados, migrantes, estudiantes, clase trabajadora, habitan en ese No Lugar de la historia, que en algún momento toma fuerza desde los bordes, y que contra prisión o bala se abren un espacio en la producción de sentido colectivo, en lo simbólico y fáctico del lenguaje de la historia oficial para entrometerse y fracturar la linealidad del relato hegemónico.

Sin embargo, en el ejercicio de transitar entre la no existencia y la visibilización se corre siempre el mismo riesgo: que el reconocimiento se tiña de estigmatización político-mediática, aquella que superpone sus intereses económicos a cualquier demanda social y que se masifica entre titulares y matinales que vacían el contenido más originario. Y nuestra historia reciente no carece de ejemplos.

Al inicio del Estallido Social la máxima preocupación del ex presidente Sebastián Piñera fue la seguridad del mobiliario urbano y lo que luego llamaría, destrucción de infraestructura pública. A conveniencia no hubo un análisis sobre la desigualdad estructural en la que sobreviven los/as chilenos/as.

El endurecimiento de la agenda de seguridad, las múltiples violaciones a los derechos humanos por agentes del Estado junto a la militarización de las calles, tuvieron su máxima expresión en las declaraciones del mandatario al afirmar que Chile se encontraba en guerra, frase que ha quedado plasmada en el imaginario callejero que cargó sus esperanzas con ollas, cucharas y banderas. Y una vez más la violencia simbólica, esta vez como deja vú, se encarnó en la oficialidad del lenguaje, entre lo visible y lo enunciable. El enemigo interno de la oligarquía chilena decía presente.

Ya han transcurrido tres años, y lejos del deleite de comentaristas, politólogos, aficionados y opinólogos, buscamos fijar paranoicamente la memoria a través de algunos de los principales hitos que reconstruyen la línea de tiempo del período más álgido del Estallido Social en Chile.

Lejos de estabilizar el espejismo democrático de justicia e igualdad, se encendió el conflicto social y político que prometía devolver el aliento. ¿Qué nos queda hoy? Que la misma fractura de la esperanza, rebrote y se expanda en un futuro no muy lejano, que forje su propio camino en las capas subyacentes de la sociedad chilena para (des) dibujar su propio destino.

*Publicado en la edición 15 de revista Grito


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